Hay viajes que dejan una huella profunda en el corazón. El mío a Santa Marta, Colombia, hace algunas semanas, es sin duda uno de ellos. Este paraíso frente al mar es famoso por varias razones: su belleza natural es impresionante, da cobijo a un puerto en plena ciudad, fue el lugar donde vivió sus últimos días Simón Bolívar y también, donde nació el famoso cantante Carlos Vives. Ah! y las escaleras eléctricas del aeropuerto tienen vista al mar -que queda cruzando la calle, por cierto-.

Volé de la ciudad de México a Panamá. Ahí esperé en la nueva sala VIP de Copa Airlines que por cierto, está divina. Llegó el momento de abordar con destino a Santa Marta y en menos de una hora, aterricé en el paraíso. Ahora esta aerolínea ofrece tres vuelos a la semana entre esos destinos, así que la conexión es muy sencilla.

En Santa Marta el lema es cógelo suave, es decir, con calma. No sé si, como a mi, te cuesta un poco de trabajo desconectar del ritmo apresurado de la ciudad, pero en esta ocasión fue muy sencillo. Nuestro hotel anfitrión fue Suites Grand Marina, en el centro y a muy pocas cuadras de los principales atractivos turísticos. Mi departamento era muy espacioso, con una vista al mar de ensueño. Así que entré, me cambié la ropa de aeropuerto por algo más ligero, me quité los zapatos y de inmediato, me sentí en casa. Como cereza del pastel descubrí una mecedora en el balcón, qué más podía pedir…

Y es que Santa Marta tiene ese efecto: hace que los viajeros la incluyan de inmediato en su corazón. Yo me sentía local -debo confesar que se parece bastante a mi tierra-. La simpatía de su gente es innegable. Por cierto, si sigues mis pasos y te vas a la perla del caribe colombiano, hazlo de la mano de Visit Santa Marta. Ellos son la agencia más TOP para recorrer el destino. Amarás su casa sede: tiene buen café, productos local, un aire acondicionado potente y mucha gente sonriente dispuesta a ayudarte.

En Santa Marta rompí la dieta, lo confieso. Y saben qué, ¡no me arrepiento! La ciudad tiene muchos restaurantes deliciosos, cada uno con su encanto. Tienen que planear una visita, al menos, a Carmen de Bolivar. Esa fue nuestra primera parada. Su chef hace una fusión entre los sabores locales y los que heredamos de África. Ahí me comí mi primera Posta Cartagenera. Pídanla y se acordarán de mi.

Barriga llena y corazón contento, proseguimos con nuestro recorrido por la ciudad. El guía de Visit nos llevó a los puntos de interés en el centro -que son varios y todos hermosos-. Seguimos algunos de los pasos de Bolívar y para refrescarnos, un helado en GNAM. Cuando les digo que me olvidé la dieta estoy hablando en serio. Probé varios que incluían chocolate, pero hay mucho para escoger. ¡Denle alegría a su paladar!

El atardecer de ese primer día samario fue inolvidable. Incluso nuestro guía estaba conmovido. Cerramos la noche en otro de los lugares imperdibles: 7 mares restaurante bar. Prácticamente sobre las olas, este espacio es perfecto para brindar por el amor. La comida es deliciosa y la coctelería espectacular. Hacen algunos destilados que querrán comprar para llevarse a casa.

Uno de los mayores encantos de Santa Marta es su riqueza natural. En nuestra agenda leí cosas tan dispares como una caminata en la selva, una visita a un laberinto y un ascenso a una sierra nevada. Pensé que nos esperarían horas de carretera pero no, todo está muy cerca. Esto amerita contarlo despacio, que fue justo como lo disfruté. En la siguiente entrega les hablaré de Tayrona. ¿Les suena? Es uno de los lugares más famosos de la región y puso a prueba mi cuerpo y mente. Ya les contaré muy pronto por qué.